«El genocidio de nuestros aborígenes
Los conquistadores españoles y portugueses cometieron uno de los genocidios más grande de la historia universal. Millones de aborígenes fueron exterminados tanto por la vía de las armas como de las enfermedades provocadas por el virus del tifus y viruela, introducido por los europeos. Otros murieron en los socavones de las minas y los lavaderos de oro, a raíz de la brutal explotación a la que fueron sometidos. De aproximadamente 40 millones de indígenas que existían en el siglo XV, de acuerdo a estimaciones de algunos autores y 14 millones según otros, sólo sobrevivió una quinta parte en el primer siglo de la conquista.
En algunas regiones, como la actual República Dominicana, la población aborigen fue totalmente exterminada. Según Frabk Moya Pons: "en 1508, fecha en que se realizó un censo de indios, solamente quedaban 60.000 de los 400.000 que aproximadamente había cuando Colón pisó la isla por primera vez". En 1520, sólo quedaban 3000 indios. El pirata Drake, que se apoderó durante varios días de Santo Domingo, informaba a su reina en 1585 que no quedaban ningún indio de esa parte de la isla. Fenómeno similar se dio en la mayoría de las islas del Caribe, especialmente en Cuba y Puerto Rico. A su tiempo, los ingleses, franceses y holandeses cometieron el mismo genocidio en el resto de las Antillas. Hacia el siglo XVII, la población indígena del Caribe estaba extinguida.
En México, el exterminio fue también brutal. En menos de 100 años, la población cercana a los 20 millones bajó abruptamente a un poco más de 1 millón. La población del imperio incaico, primordial a los 10 millones en el siglo XV, quedó reducida a un poco más de 2 millones en el siglo de "colonización" española; una de las regiones de ese imperio, el actual Ecuador, vio disminuida su población aborigen de 1 millón a 200.000. Los indios de Chile disminuyeron de 1 millón a menos de 200.000; en algunas zonas, como en la central, de 60.000 quedaron sólo 4000 indígenas. Rolando Mellafe ha estimado que en los primeros 80 años de la conquista fue exterminado el 70% de los indígenas del antiguo imperio incaico. Los portugueses también cometieron un genocidio igual o peor. Sin embargo muchos indígenas lograron salvarse, retirándose al interior de la selva.
Bartolomé de las Casas fue el primero en denunciar la matanza de los aborígenes. Sus descripciones, casi dantescas, llamaron la atención del rey de España, quien se dio cuenta, del grave riesgo de perder la mano de obra, sin la cual no era posible explotar las minas, las plantaciones y las haciendas. La monarquía dictó Leyes de Indias que, bajo un manto humanitario, escondían la verdadera intención de los reglamentos sobre la encomienda: preservar la mano de obra indígena.
En una interesante nota sobre el padre Las Casas, el escritor José Martí señalaba: "es verdad que Las Casas por el amor de los indios aconsejó al principio de la conquista que se siguiese trayendo esclavos negros que resistían mejor el calor: pero luego que los vio padecer se golpeaba el pecho y decía ¡con mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indios!
Los indígenas vistos por los conquistadores
Si bien es cierto que la mayoría de los cronistas observó con muchos prejuicios la realidad indoamericana y la deformó deliberadamente para justificar la explotación de los indígenas, hubo otros, como Bartolomé de Las Casas, Fernández de Oviedo, Bernardino de Sahagún, Alonso de Ercilla, que trataron de entender la vida cotidiana de nuestros aborígenes.
Bartolomé de las Casas, que se hizo sacerdote en nuestra América y que pronto renunció a ser encomendero por entender que era una de las más brutales formas de opresión indígena -reconoció que las condiciones de vida de los indios eran buenas antes de la llegada de los españoles. Estaban abundantísimos de comida y de todas las cosas necesarias de la vida, tenían su las danzas, muchas y muy ordenadas, de lo cual todo tener de sobra y a vernos con ello marcado la hambre-.
Algunos cronistas no tuvieron reservas en destacar la integración plena del hombre con la naturaleza. Describían asombrados en la exuberancia de la naturaleza, la riqueza en peces de los ríos y mares, el clima y, obviamente, la abundancia de metales preciosos. La feracidad de las tierras también les llamaba la atención, con sus productos, como el maíz, la yuca, el cacao y el tabaco, las hierbas medicinales y el chili. También dejaron testimonios elocuentes sobre la grandeza de las ciudades como Tenochtitlán y el Cusco, tanto de sus mercados como de su arquitectura y su estructura social.
Uno de los aspectos más interesantes es el cristal con que los cronistas más veraces vieron a las mujeres indígenas. Las encontraron orgullosas, audaces, libres, trabajadoras, luchadoras y bellas. Se sorprendieron de su blancura bronceada y su capacidad para manejar el arco y la flecha. Se dieron cuenta de que el incesto tenía connotaciones distintas en las diferentes culturas. En Mesoamérica no podía darse una relación entre hermanos, mientras que en el antiguo imperio incaico era estimulado, especialmente por los incas, para impedir que se mezclará la etnia.
Descubrieron que nuestros pueblos aborígenes no le daban a la virginidad la misma importancia que ellos Laurette Sejourné ha hecho una importante selección de textos centralistas donde se muestra el comportamiento de la mujer aborigen en el momento de la conquista. El cronista Landa observó en Yucatán el tabú matrimonial "entre personas del mismo apellido (grupos patrilineales Sierra de, mientras que la unión entre primos del lado materno si estaban permitidos".
En la zona andina, las mujeres realizaban también múltiples tareas. El cronista y Cieza de León relata que en la real audiencia de Quito y en las proximidades del Cusco "las mujeres son las que laboran los campos y benefician las tierras y mieses, los maridos y una inteligente y se ocupan en hacer ropa".
Los cronistas españoles se sintieron también impresionados por el régimen de gobierno de los aborígenes. No solamente destacaron el aparato estatal de los imperios inca y azteca sino las formas políticas de las diferentes comunidades. "Según Oviedo, en Nicaragua los reinos hereditarios eran reemplazada por comunidades regidas por senados o asamblea de ancianos, hombres venerados, escogidos mediante votación, que se reunían en un edificio especial a fin de discutir los puntos del grupo hasta que el acuerdo o desacuerdo fueran unánimes. Esta democracia que obligaba a tomar en cuenta varias opiniones, resultó molesta para los españoles".
En relación a la propiedad territorial, Pedro Mártir comentaba: "es cosa averiguara que aquellos indígenas poseen en común la tierra, como la luz del sol, como el agua, y que desconocen las palabras "tuyo" y "mío", semillero de todos los males. No rodean sus propiedades confusos, muros discretos. Habitan en puertos abiertos, sin leyes, ni libros y sin jueces y observan lo justo por instinto natural. Consideran malo y criminal al que se complace en ofender a otro".
El cronista Landa ponía de relieve el sistema de trabajo cooperativo practicado por los indígenas: "los indios tienen la buena costumbre de ayudarse los unos a los otros en todos sus trabajos". Pedro Mártir destacaba "que la idea de apropiación de las tierras les era extraña a su mentalidad... No se dio entre ellos ni proceso ni querella, lo mío y lo tuyo no era ni siquiera conocidos". Como decía un jefe guaraní: "queremos demostrar que no nos gusta la costumbre española de "cada uno para sí" en lugar de la ayuda mutuos y en los trabajos cotidianos".
La Resistencia Indígena
Entre los tantos mitos fabricados por la historiografía tradicional se destaca el que dice que los indígenas, luego de recibir los espejuelos y baratijas, rápidamente se sometieron a los colonizadores, afirmación cargada de ideología euroepizante Que no resiste la más elemental prueba histórica. Hasta ahora se ha contado la historia de los conquistadores, llegando a erigírseles monumentos en nuestras plazas públicas. Nosotros preferimos reivindicar a las culturas autóctonas y a quienes supieron defenderlas. Nuestras generaciones, educadas en los manuales que proliferan en las escuelas, conocen más los nombres de los conquistadores que el de los heroicos aborígenes que combatieron por defender su tierra. Asimismo, se ha enfatizado a cerca de la colaboración de los indígenas con los colonizadores. Hubo efectivamente algunos caciques que practicaron el colaboracionismo con los enemigos, pero la mayoría de los indígenas se opuso con justificado odio étnico y de clase a los destructores de su cultura.
La resistencia indígena tuvo dos fases, por lo menos: una, la de los primeros años de la conquista militar, caracterizada por la aguerrida defensa de la etnia y de la tierra; y otra, que cubre toda la Colonia, en la que se cruza la lucha étnica con la lucha contra la explotación en las minas, haciendas y plantaciones.
En general, podría decirse que los pueblos -como los araucanos, caribes, charrúas, tribus del Amazonas. etc.- que nunca habían sido sometidos a tributo ni a un Estado fueron los que presentaron una más larga resistencia activa y militar. En cambio, otros -como los aztecas e incas- fueron al principio más fácilmente sorprendidos; algunas tribus, disconformes con la dominación del Estado inca o azteca y con la tributación forzosa, se pasaron al comienzo a las filas españolas, creyendo liberarse de su antiguo sometimiento. Es decir, la dominación del Estado inca y azteca y su sistema de tributación preparó las condiciones para la conquista española, porque generó la disconformidad de muchas tribus y, en cierta medida, las acostumbró a la tributación.
Por el contrario, pueblos como los araucanos resistieron durante más de tres siglos a los españoles, del mismo modo que habían enfrentado a los incas. Los famosos versos de Alonso de Ercilla, según los cuales la gente araucana no ha sido por Rey jamás regida / ni a extranjero sometida, no constituían una mera declaración lírica. En rigor, los mapuches no habían sido nunca oprimidos por otras tribus, no estaban acostumbrados a pagar tributos ni a obedecer a ningún amo. Otros pueblos con experiencias similares, como los charrúas y los indios de las pampas argentinas, jamás fueron doblegados por los españoles.
De todos modos, tanto unos como otros ofrecieron una enconada resistencia a los conquistadores. Siguiendo el itinerario de la conquista española, podemos seguir también el curso de la lucha del pueblo aborigen.
En la isla La Española, los tamos encabezaron hacia 1500 la primera rebelión contra los españoles en América Latina. Según Roberto Cassá: “El cacique de Maguana, Caonabo, dirigió una confederación militar de caciques que hizo resistencia a los propósitos de los españoles. Tras el apresamiento de este cacique, se formó otra confederación todavía más extensa donde aparentemente entraron la mayor parte de los caciques del sector central de la isla y aún de otras regiones. La magnitud de la resistencia de los indígenas obligó a Colón a emprender una larga campaña de varios meses que tuvo por resultado la derrota total de los indios tras una serie de escaramuzas que culminaron en el combate del Santo Cerro”.
Los taínos se resistieron a pagar el tributo y pasaron a otras formas de resistencia, como la fuga a los montes, abandono de los sembradíos para obligar a los españoles a dejar la isla por hambre, práctica generalizada de abortos y algunos suicidios individuales y colectivos. Pronto volvieron a reagruparse, desencadenando insurrecciones cerca del fuerte Santiago de los Caballeros. Otras rebeliones fueron encabezadas por los caciques Guarionex y Mayobanex. El motivo de estos levantamientos fue el apresamiento en calidad de esclavos de miles de indígenas y su muerte prematura en el trabajo sobrehumano de las minas de oro. La insurrección más importante fue dirigida por Enriquillo, cacique de los montes de Baoruco, que logró unificar después de 15 años de lucha (1519—1533) a varias tribus e incorporar al combate a numerosos grupos de indios que se habían fugado de las encomiendas. Las dotes militares de Enriquillo se expresaron en su capacidad para elegir las zonas de difícil acceso al enemigo, asegurar el abastecimiento, organizar el espionaje y enfrentar a los españoles en el terreno que mejor le con venía. Enriquillo logró, Por primera vez en América Latina, una unidad de acción con los negros esclavos que también se habían rebelado en la región de Baoruco. Ambas fuerzas combinaban sus luchas militares contra los españoles y su labor de sabotaje en las minas de oro del Cibao y en las plantaciones, donde asimismo hacían labor de proselitismo entre los indígenas y negros que trabajaban en las encomiendas e ingenios azucareros.
Moya Pons anota que “además del peligro para las vidas y haciendas de los campos del sur, la guerra del Baoruco también resultó ser un motivo de gran irritación para la mayor parte de los habitantes de Santo Domingo, pues a partir de 1523 en que se declaró formalmente la guerra a Enriquillo, las autoridades aplicaron impuestos a los precios de la carne, que elevaron más aún el alto costo de la vida en Santo Domingo, para con ellos financiar los gastos de las patrullas militares que eran enviadas continuamente a perseguir a los indios alzados y a los negros cimarrones”.
Enriquillo se vio obligado a capitular en 1333, pero su lucha fue continuada por los pocos indígenas que Quedaban en la isla y, sobre todo, por los cada vez más numerosos contingentes de esclavos negros que se convertían en cimarrones al fugarse de los ingenios.
Uno de los primeros héroes de la resistencia americana a la colonización española fue el indio Hatuey, quien llegó a Cuba huyendo de la persecución de los conquistadores desde una pequeña isla del archipiélago de la Hispaniola. En el oriente cubano organizó una guerrilla, junto a los taínos. Bartolomé de las Casas contaba que “viendo el cacique Hatuey que pelear contra los españoles era en vano, como ya tenía larga experiencia en esta isla por sus pecados, acordó de ponerse en recaudo huyendo y escondiéndose por las breñas, con harta angustia y hambres”.
Cuando fue apresado, y “estando atado a un palo, un religioso de San Francisco le dijo como mejor pudo que muriese como cristiano y se bautizase; respondió, que ¿para qué había de ser como los cristianos, que eran malos?. Replicó el Padre, porque los que mueren cristianos van al cielo y allí están viendo siempre a Dios y holgándose; tomó a preguntar si iban al cielo cristianos, dijo el Padre que sí iban los que eran buenos, concluyó diciendo que no quería ir allá, pues ellos allá iban y estaban”.
Finalmente, fue quemado en la hoguera. Posteriormente, en 1534, se produjo un nuevo alzamiento, dirigido por el indio Guama, denunciado por las autoridades coloniales al rey de España: “Bien es que sepa vuestra Majestad que de más de otros yndios que en otras provincias andan alcados, en la provincia de Paracoa anda uno que se llama Luama, que trae consigo más de cincuenta yndios mucho tiempo ha”.
En una nota del licenciado Juan Rodríguez Obregón, se decía: “que ha más de diez años en la provincia de Cagua andaba alzado el indio principal Guama”.
Los aztecas, a diferencia de los incas, fueron rápidamente conquistados, porque la unidad del imperio era menos sólida y la disconformidad de algunas tribus era mayor. La prueba es que cuando Hernán Cortés desembarcó y, posteriormente, tomó Veracruz y puso sitio a Tenochtitlán, numerosas tribus abandonaron a Moctezuma y otras, como los totonacas y tlaxcaltecas, se pasaron al bando español. Sin embargo, Tenochtitlán -que tenia mayor homogeneidad étnica- combatió hasta la rendición del heroico Cuauhtémoc en agosto de 1531. Cuauhtémoc fue torturado salvajemente por Cortés al negarse a indicar dónde estaban escondidos los tesoros de su pueblo.
“El día que la ideología colonial sea completamente disipada -afirma Sejourné- esta resistencia contará entre las hazañas más nobles que la humanidad haya conocido. Según Bernal Díaz, Cuauhtémoc habría declarado ante Cortés: ‘ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él’ (...) Es de notar que por una de esas vueltas felices de las cuales la historia se muestra bien avara, México honra en este joven monarca en desgracia, torturado y finalmente colgado de un árbol ‘de una lejana selva tropical, a su más grande héroe nacional”.
La táctica de Cuauntémoc de resguardo de los tesoros de su cultura fue seguida por numerosos pueblos de México que cubrieron de tierra y ramaje muchos de sus monumentos y obras de arte -como pudimos apreciar en la pirámide de las Siete Culturas de Cholula— para que los conquistadores no los destruyeran o se apoderaran de ellos con fines de lucro. Esta tradición defensa de la cultura autóctona y de repudio a la conquista española se ha mantenido tan firme que el pueblo mexicano es uno de los pocos de Latinoamérica que no tiene estatuas de conquistadores españoles en las plazas públicas. La medida de cubrir las obras de arte fue una forma de resistencia aborigen que no terminó con la caída de la capital del imperio azteca. De 1524 a 1528, en Oaxaca, los zapotecas pusieron en jaque a los españoles. Durante la década de 1540-50 resurgió la resistencia en el noroeste, en Nueva Galicia, Jalisco, Aguas Calientes, Michoacán, Durango, Zacatecas y San Luis de Potosí, donde se llevó a cabo una guerra que inflingió serias derrotas a los conquistadores, hasta que finalmente los indígenas fueron vencidos en Guadalajara en 1541. A fines del siglo XVI se dio la guerra chichimeca que estremeció la colonia. Otras formas de resistencia se registraron también en los centros de trabajo, en las minas de plata, donde los indios eran inicuamente explotados.
En la región Centroamericana, que Cortés consideraba como parte de sus dominios, hubo una tenaz resistencia a los conquistadores, como Gil González, que sojuzgó a los indígenas de Honduras, y Pedrarias Dávila que se hizo nombrar gobernador de Nicaragua. Sin embargo, nunca pudieron obligar al cacique Urraca, quien se enfrentó durante nueve años a los ejércitos españoles, usando la táctica de la guerra de guerrillas. Bartolomé de las Casas comentada que nunca pudieron aplacar a Urraca, de quien reproduce un discurso: “No es razón que dejemos reposar estos cristianos, pues allende de tomarnos nuestras tierras, nuestros señoríos, nuestras mujeres e hijos y nuestro oro y todo cuanto tenemos y hacernos esclavos, no guardan fe que prometen, ni palabra ni paz; por eso peleamos contra ellos y trabajemos, si pudiéremos, de los matar y tirar de nosotros tan importable carga, mientras las fuerzas que nos ayudaren, porque más nos vale morir en la guerra pelean do, que vivir vida con tantas fatigas, dolores, amarguras y sobresaltos.
En Colombia, los conquistadores encontraron la resistencia del cacique Bogotá, quien presentó combate durante bastante tiempo, hasta que murió anónimamente en un combate. Su hijo fue torturado por quienes querían conocer donde estaba el tesoro de Bogotá. La muerte del torturado no abatió a los indígenas, quienes reorganizaron la resistencia bajo el mando de un sobrino de Bogotá, combatiendo en las montañas.
El imperio incaico ofreció mayor resistencia que el azteca a causa de su estructura política más eficiente y su mejor organización territorial. La prisión de Atahualpa y la entrada de Pizarro al Cuzco en 1533 no lograron aplastar totalmente a los indígenas. Manco lnka se puso al frente de su pueblo y avanzó hasta poner sitio al Cuzco en 1535 con la intención de desalojar a los españoles. Ante la cerrada defensa de éstos, se vio obligado a prender fuego a su tan querida ciudad. La resistencia se debilitó momentáneamente por la defección de los “cañari” (Ecuador), que nunca aceptaron la dominación del Estado Inca.
La lucha renació en la zona de Vilcabamba, donde los aborígenes del lugar y los incas llegaron a construir en poco tiempo una gran fortaleza. El arqueólogo peruano Edmundo Guillén ha redescubierto en 1976 la totalidad de la fortaleza, que a pesar de la rapidez con que fue construida para hacer frente a los conquistadores es una obra de arte tan maravillosa como Macchu—Picchu. El jefe de la resistencia, Tupac Amaru, fue ejecutado por el virrey Francisco de Toledo en 1572.
El combate de Vilcabamba estuvo coordinado con otros movimientos que estallaron en Huamangas y Lucanas. Esta rebelión armada adquirió un carácter mesiánico, Los shamanes recorrían las comunidades hablando del triunfo de las huacas’ (divinidades incaicas) y de la derrota del dios de los españoles, anunciando la restauración incaica. Mientras transmitían su mensaje caían en trance, por lo que se les denominaba “Taki Onqoy” o enfermedad de la danza.
Mientras tanto, en otra parte del imperio incaico —Ecuador— el cacique Rumuñahui organizaba la resistencia. Primero, engañó al conquistador Benalcázar acerca ea los tesoros que estaban más allá de los Andes. Luego, sepultó y escondió con sus compañeros las obras de arte de Quito. “Cuando Benalcázar entró en Quito, en 1534, sólo encontró los restos de la ciudad. Los tesoros habían sido sepultados o trasladados. Su desesperación fue grande’.
Hizo destruir todos los edificios donde pudiera encontrarse el tesoro de Atahualpa y Hayna Capac; al no hallar nada, se vengó mediante una de las matanzas más grandes hechas por los españoles en nuestro continente. Otro sector de indígenas se rebeló en 1535 en las proximidades de Guayaquil. Rumiñahui, ultimo general de Atahualpa, pudo refugiarse en las montañas y desde allí continuar el combate. En uno de los tantos enfrentamientos fue hecho prisionero y de inmediato ejecutado. La resistencia continuó, entonces, bajo otras formas, especialmente con movimientos de protesta por los tributos forzados y la explotación en los obrajes.
Los conquistadores, encabezados por Diego de Almagro y, después, por Pedro de Valdivia, continuaron la exploración hacia el sur en busca de El Dorado. Tampoco lo hallaron. En cambio, encontraron la más enconada resistencia aborigen. Los mapuches (mapu=tierra, che=gente), llamados araucanos por españoles, resistieron durante tres siglos —en una de las muestras de resistencia más largas de la Historia universal— inflingiendo a los invasores bajas que fluctuaron entre veinticinco y cincuenta mil soldados durante toda colonia. Según carta de Jorge Eguía y Lumbe al rey en 1664, “hasta entonces habían muerto en la guerra 29.000 españoles.
El cronista Rosales afirmaba que entre 1603 y 1574 murieron más de 42.000 españoles y se gastaron 37 millones de pesos en la guerra contra los indios.
Un gobernador dijo que “la guerra de Arauco cuesta más que toda la conquista de América”. Las pérdidas españolas en regiones incomparablemente más ricas, como México y Perú fueron relativamente escasas. Felipe II, a fines dei siglo XVI, se a porque la más pobre de sus colonias americanas le consumía la “flor de sus guzmanes”. En la península Ibérica, Chile era conocido como “el cementerio de los españoles”.
La prolongada resistencia se debió no sólo al genio militar de jefes, como Lautaro, Caupolicán y Pelantaru, sino fundamentalmente al apoyo activo de la población indígena. La guerra de Arauco fue una guerra total; una Guerra popular insuflada durante tres siglos por el profundo odio liberta del indígena al conquistador. El motor que impulsó la resistencia y defensa de la tierra, la tribu, las costumbres y el derecho a vivir libremente en clanes.
La guerra de Arauco comenzó en 1553 como una guerra de resistencia trique, luego, se combinó con la protesta de los indígenas explotados en los lavaderos de oro. Junto a las tribus que defendían su tierra se alzaron los indios que trabajaban en las encomiendas. La guerra de resistencia tribal se hizo también social. Los levantamientos de 1593 y 1655 constituyeron la expresión más nítida de la transformación de la guerra de resistencia tribal en guerra social, ya que lograron la coordinación de las tribus confederadas (Vutanmapu) con los indígenas explotados en las labores mineras y agrícolas. En 1599, Pelantaru combinaba la rebelión huilliche de Osorno, Valdivia y Villarrica, con el ataque a los fuertes y ciudades de Arauco, Angol y Chillán. En la gran rebelión de 1655, los indios de las encomiendas se alzaron en centenares de haciendas, expropiaron oro y miles de cabeza de ganado, mataron a sus amos encomenderos y se sumaron al ejército liberador araucano, dirigido por el mestizo Alejo. El escenario de lucha abarcaba miles de kilómetros, porque los combates se daban no sólo en la Capitanía General de Chile sino también en coordinación con los pampas argentinos, muy estrechamente relacionados con los mapuches.
También coordinaban sus luchas con los huarpes de San Juan y Mendoza. A su vez, los indígenas de Salta, Tucumán, La Rioja y otras zonas del norte argentino, en rebeldía desde fines del siglo XVI, buscaron contacto con los huarpes, cuyo levantamiento estallé en 1632. En 1655, apareció en Tucumán el andaluz Pedro Bohórquez, que había encabezado la rebelión de los calchaquíes, diciéndose heredero de los Incas. Logró acaudillar un movimiento durante varios años. En 1661, se produjo un nuevo levantamiento de los huarpes en combinación con los aborígenes de la zona chilena. Los españoles, a su vez, trataron de coordinar los ejércitos de Buenos Aires y Santiago para liquidar la resistencia indígena.
Los indios de las pampas argentinas mantuvieron en jaque a los españoles durante toda la colonia. La colonización de la provincia de Buenos Aires no fue más allá de 100 Km. del puerto. Tampoco los españoles pudieron dominar la zona centro-norte a causa de la enconada resistencia indígena.
Los charrúas del Uruguay derrotaron a los primeros conquistadores encabezados por Juan de Solís en 1516. Recién un siglo después, los españoles se atrevieron a internarse en esta zona, dirigidos por Hernandarias de Saavedra, que nuevamente fue derrotado por los charrúas. Sólo los jesuitas y franciscanos pudieron garantizar una cierta colonización mediante la fundación de colonias, como la de Soriano en 1624.
En síntesis, a fines de la Colonia, los mapuches, los pampas y charrúas conservaban lo esencial de las tierras que tenían antes de iniciarse la conquista española.
Los guaraníes de la zona paraguaya y guaycuríes del Chaco argentino y región brasileña limítrofe del Paraguay, en 1525 enfrentaron a los primeros conquistadores, dando muerte al adelantado Alejo García, que había ido en busca de la Sierra del Plata. Posteriormente, también derrotaron al navegante Sebastián Gaboto, que fue el primero en recorrer en barcos europeos el río Paraguay. “Tanto García como Gaboto fracazaron en su intento de con a tierra a sangre y fuego, pues encontraron la fiera resistencia de los guaraníes, ‘más fáciles de persuadir que de someter”.
Efectivamente, los españoles, resignados a su “mala suerte” por no haber encontrado oro en estas tierras, simularon pactar con los indígenas, quienes entregaron ingenuamente sus mujeres. De este modo, se formé más rápidamente en Paraguay que en otras partes una vasta población mestiza, que trató de amortiguar las contradicciones étnicas. Las misiones jesuíticas, que atrajeron un gran número de indígenas, replantearon la lucha de los guaraníes contra los blancos y mestizos, que exigían la liquidación de las misiones el fortalecimiento de las encomiendas.
Los indígenas del Brasil presentaron combate a los portugueses; al ser derrotados militarmente, se replegaron a la selva, donde coordinaron ciertas luchas con los esclavos negros en rebeldía.
Algunas tribus del Amazonas se relacionaron con las del Orinoco, especialmente con los caribes, sorprendiendo con emboscadas a los conquistadores. Los caribes incursionaban por las Antillas, por las costas y el interior de Venezuela, llegando en sus correrías (1572—84) a lanzarse contra los españoles en Valencia. Atacaban y se retiraban a sus canoas que tenían escondidas en el Guárico, para regresar a su base de seguridad, el caudaloso Orinoco.
Según los cronistas, uno de los primeros enfrentamientos armados importes de los españoles con los indígenas acaeció en las costas venezolanas en 1515. Cuatro años después, se produjo una rebelión coordinada de varias tribus. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés contaba que “en el año de mil quinientos diecinueve, en un mismo día, los indios de Cumaná y los Cariaco y los de Chiribichi y de Maracapana y de Tacarras y de Neverí y de Unari se rebelaron y en especial en la provincia de Maracapana mataron hasta ochenta cristianos españoles en poco más tiempo de un mes”.
Uno de los jefes indígenas más destacados fue Guaicaipuro, orgullo del pueblo venezolano. Consumó su primera acción anti—conquista contra las minas de oro de los Teques, cuando apenas tenía veinticinco años. Logró coordinar las tribus del centro en rebeldía permanente y constituir un ejército de más de 14.000 hombres entre 1560 y 1568. Su deseo de coordinar no sólo las luchas de los indígenas, sino también las de los primeros negros esclavos, se expresó en los intentos de combinar sus combates con los seguidores del levantamiento del negro Miguel en el occidente venezolano.
Guaicaipuro enfrenté al más bravo de los españoles, Diego de Losada, quien al decir del cronista José de Oviedo y Baños, “se halló con más de diez mil indios acaudillados por el cacique Guaicaipuro, que al batir de sus tambores y resonar de sus fotutos le presentaban altiva batalla”.
El cronista destacó hidalgamente la valentía de Gayauta, de Tiuna y de los niños indígenas, como asimismo la estrategia guerrillera de Guaicaipuro, quien empezó a conmover a los caciques y concitar las naciones, para que como interesadas en la común defensa, acudieren con todas sus armas”.
Junto con Terepaima, Guaicaipuro logró derrotar en varias oportunidades a Fajardo y otros jefes españoles. Consciente del peligro, el Gobernador decidió organizar una fuerte expedición al mando de Diego de Losada, quien después de varios combates pudo derrotar las huestes de Guaicaipuro en 1568.
No obstante la muerte del gran Guaicaipuro, la lucha prosiguió varias décadas, al mando de Pacamaconi y Conopoima. Tamanaco alcanzó a reunir 15.000 hombres que incursionaron sobre los campamentos y villorrios españoles. Fue vencido y entregado al terrible tormento de un perro furioso.
Los jirajaras mantuvieron el movimiento de resistencia más de un siglo, desde el oeste hasta la zona central. Recién fueron desplazados en 1525 con un poderoso ejército que reunió tropas de Caracas, Valencia, El Tocuyo y Nirgua.
Los timoto—cuicas, de la región de los Andes, también tuvieron en jaque a los españoles durante muchos años, apoderándose de ciudades, como Trujillo. “Dieciocho años duró la resistencia hasta el vencimiento de uno de sus más valerosos caciques, el último de los rebeldes, el bravo Pitijai (...) De los cuicas conócese un canto guerrero en el que claman a sus dioses cierren de sombras al invasor, manden sus jaguares, desaten sus ventarrones, suelten sus cóndores y afilen los colmillos de los mapanares para aniquilar con dolores a los blancos”.
La rebelión se propagó a otras zonas cercanas a Maracaibo, con movimientos encabezados por Mara y los motilones, a Coro donde se alzó Manaure y al Oriente, donde los caribes y cumanagotos hostigaron permanentemente a los conquistadores hasta el siglo XVIII.
Esta prolongada resistencia de los aborígenes venezolanos trabó los planes de expansión territorial de los españoles. Como bien ha apuntado Martínez Mendoza; “después de mediados del siglo XVII, la colonización de estas comarcas orientales tropezó con un grave obstáculo que la retrasó por o de un siglo: la terrible resistencia que opusieron los aborígenes a la conquista”.
Los caribes fueron los pueblos que más resistencia opusieron a la ocupación de las islas antillanas por parte de los conquistadores, enfrentando tanto a españoles como a ingleses, franceses y holandeses. Los españoles siempre fueron acosados por los ataques sorpresivos de los caribes. Los franceses fueron rechazados cuando en 1635 pretendieron ocupar la isla Dominica. Los caribes resistieron bastante tiempo en Guadalupe hasta que fueron derrotados en 1640. Sin embargo, los caribes volvieron a rebelarse en 1653, devastando las islas de Granada y San Vicente; estuvieron a punto de apoderarse de Martinica. En 1657, atacaron varias islas en un levantamiento general y coordinado, siendo vencidos por el general Du Parquet, quien propuso a los 6.000 caribes que vivieran en paz en Dominica y San Vicente, adonde se les concederían tierras. Es importante destacar que en las insurrecciones de los caribes participaban negros esclavos que se fugaban de las numerosas plantaciones de caña que existían en las islas antillanas.
Durante la resistencia, los aborígenes crearon importantes tácticas y métodos de lucha. Después de las nefastas consecuencias de las primeras experiencias de atacar en tropel, los indígenas reajustaron su táctica y enfrentaron a los españoles mediante guerrillas; en algunos casos,
llegaron a combinar la guerra de guerrillas con la guerra móvil, es decir, concentración de fuerzas para atacar, dispersión rápida y nuevo ataque a larga distancia, en amplios frentes móviles de lucha.
Los mapuches emplearon esta variante de guerra no convencional, moviendo grandes masas de indios en ataques simultáneos y desplazándose a enormes distancias, en un frente que abarcaba centenas de kilómetros.
La guerra de guerrillas fue también practicada por los indígenas de la Isla La Española y por los aborígenes venezolanos, quienes no presentaban combate abierto al grueso del ejército español, sino que atacaban en pegue ñas partidas, hostigaban con emboscadas, falsos ataques y retiradas veloces, cambios de frente y cerco al enemigo.
Los indígenas escogían el terreno más favorable, aprovechando los bosques tupidos y las montañas. La táctica de Enriquillo en la actual frontera de Haití con Re pública Dominicana se basaba “en la selección de las zonas más abruptas de la cordillera que impidieran la llegada de los españoles y posibilitaran su rechazo exitoso en caso de hacerlo, utilizando los desfiladeros y la vegetación como verdaderas armas de combate”.
Táctica similar empleó Rumiñahue en las montañas cercanas a Quito. Frecuentemente atacaban por la retaguardia. Diego de Losada fue atacado en la zona central de Venezuela “por la retaguardia”; los indios prendieron “fuego a la sabana (...) Combatido (Losada) por todas partes de los horrores del fuego, y precipicios del sitio, no volvía a parte la cara que no encontrase un peligro’.
Una de las tácticas más notables empleadas por los mapuches fue la utilización de las líneas de resistencia, o fortificación a retaguardia. Un general chileno, afirmaba que Lautaro “empleó la fortificación del campo de batalla, sin haberla aprendido de los españoles, pues éstos nunca hicieron ce la fortificación una alianza para el combate, sino un refugio para descansar ideó el procedimiento ce fortificaciones a retaguardia de la primera línea de combate, procedimiento que sólo en la penúltima guerra europea ha venido a consagrarse como bueno”.
En el combate de Concepción, librado el 12 de diciembre ce 1555, Lautaro tendió tres líneas de resistencia o fortificación a retaguardia. El general Téllez sostiene que ‘el arte moderno militar no les puede nacer (a los araucanos) la más mínima observación. Cumplían con las cinco condiciones fundamentales que hoy exige el arte militar: campo despejado al frente, obstáculos en el frente, apoyo por lo me nos en una ce sus alas, libre comunicación a lo largo de toda la línea y comunicación con la retaguardia’.
En general, los indígenas no atacaban las ciudades, salvo el caso de Manco Inka que puso sitio al Cuzco. No se apoderaban de las grandes ciudades porque con mucho tino sabían que en ellas serían fácilmente vencidos y acorralados, como les ocurrió a los mexicas atrincherados en Tenochtitlán. Los mapuches preferían atacar los fuertes, como el de Toltén; el cronista Carvallo y Goyeneche comentaba que mientras los indios cortaban la cabeza de un Cristo en el fuerte de Buena Esperanza, ‘ zaherían a los prisioneros, diciéndoles que ya les habían muerto a su Dios y que ellos eran más valientes que el Dios de los cristianos’. También construían pucarás’ (o empalizadas) en los alrededores de las ciudades para hostilizar a los españoles o también entre una y otra ciudad para cortar las comunicaciones del enemigo, como fue el caso del pucará de Quiapo, entre Concepción y Cañete.
Tenían a su espalda una quebrada infranqueable, al frente una palizada fuerte y a los flancos dos quebradas impenetrables a la caballería enemiga, por las cuales podían retirarse ordenadamente. alrededor del pucará cavaban grandes fosos que llenaban de estacas y recubrían con ramas, transformándolos en peligrosas trampas camufladas. Téllez afirma que este tipo de pozo fue utilizado por Julio César contra la caballería, pero su uso contra la infantería fue un invento netamente araucano.
Los mapuches crearon, asimismo, la infantería montada. Su capacidad para convertirse en pocos años en consumados jinetes, su posibilidad de llevar una carga más ligera que los españoles y la utilización de lanzas de acero expropiadas al enemigo, les permitió crear una original infantería montada. Comprendieron otra gran verdad táctica que practicaron mucho antes que los ejércitos europeos. Fue ésta la utilización de la infantería montada, que daba a los ejércitos araucanos una movilidad que dejaba desbaratados y perplejos a los generales contrarios. Todos sus guerreros iban montados. Podían, por consiguiente, presentar batalla cuando y donde quisieran, y a la primera señal de derrota retirarse con suma rapidez”.
La infantería montada servía precisamente a los fines de la guerra móvil. Los indígenas crearon novedosas tácticas de mimetismo y camuflaje. En sus combates con Diego de Losada, los aborígenes de Venezuela aprovechándose de la obscuridad, salieron de las quebradas donde se hablan ocultado y valiéndose de la ridícula estratagema —vociferaba un cronista español— se vistieron de la misma paja de la sabana, y como por ser verano, estaba seca y crecida, sin que pudieran ser vistos se llegaban hasta el mismo alojamiento, y disparaban sus flechas con notable daño.
Las huestes de Enriquillo, en la actual República Dominicana, camuflaban sus casas, cubriéndolas de fuerte vegetación.
La mayoría de nuestros indígenas utilizaba señales de humo para comunicar se y desorientar a los conquistadores con falsas indicaciones. Uno de los inventos más notables de los mapuches fue el telégrafo de señales. Palacios anotaba que “uno de los servicios anexos al ejército araucano, i que nunca pudieron implantar los conquistadores, a pesar de comprender la desventaja en que quedaban por esa causa respecto de los indígenas, fue el del telégrafo. El semáforo o telégrafo por medio de señales fue usado por los araucanos tal vez desde antes de la conquista española; pero durante hasta dieron tal impulso i organización a ase servicio que sería increíble si no quedara de ello plena constancia por relatos escritos durante los acontecimientos i por personas entendidas que presenciaron esos hechos. El semáforo araucano insistía en señales hechas con ramas de árboles disimuladas entre el bosque los cerros, i sólo visibles para los sabían su situación. De noche servían de antorchas. El significado de las señales fue guardado siempre en el más absoluto secreto”.
En la resistencia indígena también se practicaba el espionaje y el contra espionaje. Enriquillo ‘mantenía un permanente sistema de información en base a indios de encomiendas que nacían de espías’.
Los mapuches fueron sumamente hábiles en el contraespionaje. Enviaban a los campamentos españoles indios que aparentaban someterse; su objetivo era espiar, recoger informaciones acerca de los planes y fuerzas enemigas. Otros se hacían tomar prisioneros con el fin de proporcionar datos falsos a los conquistadores. “Uno de sus engaños más eficaces era vender como esclavos, algunos de sus parientes, mozos o mozas despejadas, y éstos les informaban de todo lo que venía a su observación. Cuando se llevaba a efecto el levantamiento, estos esclavos e ni los primeros en sublevarse y si era posible mataran a sus amos y se posesionaban de sus armas”.
En la isla La Española, los aborígenes crearon “una red de fuentes de aprovisionamiento de sus fuerzas, principalmente mediante el cultivo de común en zonas muy seguras y la práctica organizada de la caza, la pesca y la recolección. Igualmente se preocupaban por establecer reservas estratégicas alimentos en lugares ocultos y sólo conocidos por algunos”.
Enriquillo también atacaba las propiedades de los españoles. “En varias ocasiones, las villas de españoles del interior sufrieron los ataques de los guerreros ir él dirigidos y, más todavía, las estancias, hatos e ingenies que estaban dispersos en zonas más o menos poco habitadas. Por otro lado, Enriquilio se preocupó por dificultar las comunicaciones internas de la isla: los viajeros mm frecuentemente asaltados y se veían obligados a andar en grupos fuertemente armados y por caminos no muy apartados. El objeto de estos ataques era obtención de recursos en armas, dinero y otras provisiones como ropas a1imentos y, además, la liberación, a veces forzada, de los indios que trabajaban en los establecimientos atacados”.
La capacidad creadora de los mapuches para sacar rápidas conclusiones sobre sus experiencias militares se puso también de manifiesto en la invención de nuevas armas. En pocos años, aprendieron a reemplazar las ondas y flechas por mazas, escudos y lanzas con puntas de acero, utilizando el hierro de las herramientas que sacaban de las minas o de las armas del enemigo. Pronto aprendieren a usar las armas de fuego, como los arcabuces y cañones. Llegaron a juntar azufre para elaborar pólvora. Otro invento de los araucanos fue el lazo, con. el cual sorprendieron a los españoles en la batalla de Marigüeño, desmontándolos de sus cabalgaduras.
Uno de los aspectos más relevantes de la resistencia fue la unidad de acción lograda en innumerables ocasiones entre los levantamientos indígenas y las rebeliones de los negros esclavos. Ejemplos sobresalientes de esta lucha común fueron el Negro Miguel a mediados del siglo XVI en Venezuela y Enriquillo en la zona de Bairuco en la Isla La Española.
A pesar de la combatividad, los aborígenes no pudieron nunca pasar a la ofensiva estratégica. No superaron la etapa de la defensa activa y de la contraofensiva esporádica. Es sabido que el triunfo final sólo se logra cuando se pasa a la guerra regular, a la guerra convencional de posiciones.»
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