quinta-feira, 31 de julho de 2014

CUBA IR OU FICAR

«Vivir en Cuba o irse: ese es el dilema 
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

A finales de diciembre, del 2011, recorrí Santiago con algunos amigos del Caribe. No comprendían cómo, en lo personal, podía aceptar que mi vida valiera la pena vivirla, con dignidad, desde un lugar desconectado del sistema económico y cultural mundial: Contramaestre.

Escuché atentamente cada historia narrada sobre sus respectivas naciones. La imagen construida sobre los cubanos en los medios, e incluso las tangibles. Sentí pena al saber la cosificación de mis compatriotas, que reducen la vida al tener. Acumular cosas materiales es la máxima aspiración de un ser humano. Los cubanos no dejan de pregonar este eslogan en la diáspora.

Ante las ideas que expongo en Caracol de Agua, muchos replicarán,  desde esa diáspora: La imagen sobre los cubanos de la Isla se reduce al vivir para subsistir, y  tener milagrosamente alimentos, y otras necesidades materiales cubiertas. Los cubanos de la emigración no dejan de pregonar este eslogan sobre sus hermanos de adentro.

¿Cómo justifico entonces el hecho de permanecer en la Isla? ¿Cuáles son los valores espirituales y materiales a los que me agarro para justificar mi decisión? ´


Ante las interrogantes aludidas, prefiero responder con las ideas de Iván Cárdenas Maturel, uno de los personajes protagónicos, de la novela “El hombre que amaba los perros”, periodista y escritor, al igual que yo:

“Los que por convicción, espíritu de resistencia, necesidad de pertenencia o por simple tozudez, desidia o miedo a lo desconocido optamos por quedarnos, más que reconstruir algo, nos dedicamos a esperar la llegada de tiempos mejores mientras tratábamos  de poner  puntales  para evitar el derrumbe (lo de vivir entre puntales, en mi caso, no sido una metáfora, sino la más cotidiana realidad de mi cuartito de Lawton”. A ese punto en el que enloquecen las brújulas de la vida y se extravían todas las expectativas fueron a dar nuestros sacrificios, obediencias, dobleces, creencias ciegas, consignas olvidadas, ateísmos y cinismos más o menos conscientes, más o menos inducidos y, sobre todo, nuestras maltrechas esperanzas de futuro.”(Padura, L: p.460-461)

“…hemos asistido a la dispersión de nuestros amigos más decididos o más desesperados, que tomaron la ruta del exilio  en busca de un destino personal menos incierto, que no siempre fue tal. Muchos de ellos sabían a qué desarraigos y riesgos de sufrir  nostalgia  crónica  se lanzaban, a cuántos  sacrificios  y tensiones cotidianas  se someterían, pero decidieron  asumir el reto y pusieron proa a Miami, México, París o Madrid, donde arduamente comenzaron a reconstruir  sus existencias a la edad  en que, por lo general, ya éstas suelen estar construidas”. (Padura, L: p.460)

Luego de aquel memorable encuentro, con mis amigos del Caribe, al regresar al lejano lugar donde vivo, Contramaestre, desconectado del sistema económico y cultural mundial, me hice muchas veces la gran pregunta de Lenin: ¿Qué hacer? La novela, El hombre que amaba los perros, me dio algunas respuestas. Las otras, no logro encontrarlas en mi propia vida. Sencillamente debo decir, sigo aquí, aferrado a lo insular,  y no critico al que se ha ido. Es un derecho. Nadie puede negarlo.   Amo a Cuba más que a mi propia vida.

PADURA, LEONARDO (2010): EL HOMBRE QUE AMABA LOS PERROS, Ediciones Unión, La Habana.»
Fonte: Caracol de Agua

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